Pues ya se hizo tarde, ya es de noche y me voy a dormir. No me voy sin dejarte una flor, unas palabras, una sonrisa, como cada año, como cada siempre. Por días te vuelves irreal, por días una certeza, un fantasma seguro, sentado, enojado y silencioso en la esquina del cuarto, por momentos eres el que nunca existió, un personaje indefinido creado por secreto anhelo: un príncipe azul, un amigo imaginario.
Pero la imgen que más persiste y queda flotando entre nosotros eres tú. Nuestras vidas tejidas alrededor de un mundo que tú creaste y aborreciste y que en un día maldito decidiste abandonar. Lazos forjados en tristeza pero que no crecen en ella. Amor, cariño, compañía, complicidad y de pronto las ramas del árbol crecen lejos de sus raíces, ahí donde tú te has quedado. Encontramos nuevos caminos y concidencias, risas sofocadas detrás de puertas que se cierran para seguir la fiesta, no para mitigar el ruido y no despertarte. Soñé contigo el otro día. Caminabas y te estabas riendo. Hace mucho que no escuchaba tu risa, limpia y franca, tu risa que pensé que ya había olvidado al igual que tu rostro, tus manos, tu pelo, tus dientes, los dedos de tus pies. Y sin embargo ahí en ese sueño apareciste, tú, completo, tu olor, tu pequeña barriga de mowgli, tú, no el de los cuentos y los papeles, no el de las historias y leyendas, tú, el que roncaba dormido, el de los dientes, el del strudel. Y me dí cuenta de que te fuiste, y que te dejé ir y que está bien, pero que nunca te olvidaré. Tal vez eso ya lo sabíamos, pero es bonito poder decirlo y poder decir tu nombre y no sentir la fría mano de la muerte posada en mi hombro. Eres un principito que se fue, lejos, eres un escalofrío, la sensación de haber dejado olvidado algo en casa y regresar y quedarse en la entrada sin ser capaz de recodar que es. Ahora puedo pensar en tí y saber que estás muerto. Y tal vez, sólo tal vez, puedo empezar a recordarte.
Pero la imgen que más persiste y queda flotando entre nosotros eres tú. Nuestras vidas tejidas alrededor de un mundo que tú creaste y aborreciste y que en un día maldito decidiste abandonar. Lazos forjados en tristeza pero que no crecen en ella. Amor, cariño, compañía, complicidad y de pronto las ramas del árbol crecen lejos de sus raíces, ahí donde tú te has quedado. Encontramos nuevos caminos y concidencias, risas sofocadas detrás de puertas que se cierran para seguir la fiesta, no para mitigar el ruido y no despertarte. Soñé contigo el otro día. Caminabas y te estabas riendo. Hace mucho que no escuchaba tu risa, limpia y franca, tu risa que pensé que ya había olvidado al igual que tu rostro, tus manos, tu pelo, tus dientes, los dedos de tus pies. Y sin embargo ahí en ese sueño apareciste, tú, completo, tu olor, tu pequeña barriga de mowgli, tú, no el de los cuentos y los papeles, no el de las historias y leyendas, tú, el que roncaba dormido, el de los dientes, el del strudel. Y me dí cuenta de que te fuiste, y que te dejé ir y que está bien, pero que nunca te olvidaré. Tal vez eso ya lo sabíamos, pero es bonito poder decirlo y poder decir tu nombre y no sentir la fría mano de la muerte posada en mi hombro. Eres un principito que se fue, lejos, eres un escalofrío, la sensación de haber dejado olvidado algo en casa y regresar y quedarse en la entrada sin ser capaz de recodar que es. Ahora puedo pensar en tí y saber que estás muerto. Y tal vez, sólo tal vez, puedo empezar a recordarte.
1 comment:
Un gusto visitarte de nuevo, Adler.
Justo te mecionaba en mi último post.
Qué buen pretexto.
Abrazo.
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