Solo unas líneas a falta de un mullido almohadón bajo el que pueda ahogar mis quejidos. Otra vez el dolor golpea, tengo suficiente material ya para la introducción, la tesis y el desenlace de mi manual sobre esta droga que es mi carga y mi alivio.
Alivio porque me recuerda que todavía estoy viva, lastre, carga de no poderme librar de él, de obligarme a arrastrarlo detrás mío. Camino con sigilo pegada a las paredes, en el rincón, en el ángulo oscuro, esperando que no me vean, pasar desapercibida. Pórtandome bien. El espíritu de la niña muerta que soy. Mi pequeño cadáver atrapado en el cuerpo de un adulto que se ve las manos y el rostro y no reconoce estas arrugas, estos huecos, flacideces. Esa niña a la que mataron, ojos muy abiertos y luego violencia, pánico, destrucción, dolor, mucho dolor. La niña muerta, camina todavía, pero nada late en ella, su cerebro sólo supura venganza, su sangre seca es el látigo con el que quiere golpear a los que la mataron, no aprende, no entiende, sólo sabe su muerte, tiene el sabor óxido de los últimos momentos en la boca, en las noches de larga vigilia puede oler como de su cuerpo emana la putrefacción de la carne muerta, entre sus uñas tierra polvo, ruinas, el aire entra en sus pulmones cortante, la atraviesa, furioso de pasar por este cuerpo muerto.
La niña, alguna vez viva, es dolor. Sin espíritu, sin mente, la niña sólo es locura, salvaje, ojos rojos y manos nerviosas que buscan desesperadamente el cuchillo, el veneno, uñas endurecidas de rascar en las paredes que buscan carne blanda y fresca en la que hundirse, dientes que rechinan ante la exuberancia de la luz, de los vivos, sus cuentos alegrías historias sonrisas negadas para ellas, porque a los muertos se les niega todo. Y ella atrapada en este mundo por una ira y un dolor demasiados grandes para dejarla estar muerta con los muertos, con sus muertos, poseída, una aberración de muerte, sin descanso, sin mitigar nunca nunca.
Las marcas en sus piernas, manos, brazos, rostro, su fealdad de pelos crespos, su vientre hinchado y amorfo, sus grandes ojos por los que se sale la muerte, la locura, la ira, el veneno como pus, piel escamosa y granulienta.
A veces entre espamos llora, llora como niña que es al fin, niña sola y olvidada, dejada en la escuela, dejada en la casa, dejada en el coche, dejada atrás, un estorbo al que nadie cuidaba, niña que estaba sola cuando la muerte vino y toco sus pequeños pies con su dedos fríos, niña que lloraba a la que nadie escuchó mientras la muerte la poseía y la dejaba inerte, maltrecha. Pero la niña no se quedó dormida, se levantó violenta, loca y se volvió condenación, desolación, odiando mutilando sin perdón y sin nunca perdonar.
Porque mi nombre es dolor y mi sangre es venganza.