Estar discutiendo todo el día, sin sentido real de conversación. Sólo palabras vacías en las que nos engolosinamos para escucharnos a nosotros mismo sin percatarnos realmente de la existencia del otro. Corazones cerrados, mentes egoístas altamente calificadas para este mundo de contratos y sonrisas, pero negadas para el estado de la belleza, la vida de los pequeños detalles, el espacio donde dos seres se ven, se tocan y por tan sólo una mínima fracción de tiempo, un segundo, un instante, están juntos.
Por eso nosostros estamos solos, porque no sabemos estar con otro. No queremos estar con otro. Nos autosaboteamos, hacemos patéticamente trampa en nuestras propias vidas, culpando siempre a los demás, al enemigo invisible, sean los padres, el trabajo, los estudios, sean las ansias mismas de estar vivos y no atrevernos a estarlo, culpando a todo y todos de nuestras bajezas y dudas, ruines al manchar la memoria del otro, escapando siempre de aquello que nos vuelve vulnerables, de todo aquello que puede tocarnos y hacernos sentir algo más profundo que una percepción superficial de los sentidos.
Sentada, puedo escuchar la hierba, sentir la tierra mojada. Cierro los ojos y juraría que lo que acaricia mis mejillas y juega con mi cabello es una suave brisa en un campo lejos de todo, fuera de mí. aislado, donde no existe el tú, el yo, el monstruo que somos nosotros.
Un fantasma juguetea sobre el agua, deleitado en la huella casi imperceptible que dejan sus pisadas, pequeñas gotas de rocío no percibidas por nadie más que un pequeño animal cubierto de abundante pelo que observa oculto entre la oscuridad, sus ojos brillantes, su pelaje azul gris, capturando la luz de los astros con el arco de su lomo.
Qué miedo la duda, que miedo la incertidumbre de los días por venir, la pereza, el mundo que gira demasiado rápido, sin concretar, sin definir, sin centrarse en un solo llamado, una sola lucha.
No claridad, juegos, mentiras, desastres emocionales.
Antifaces sobre los rostros y emociones castradas, condenadas al secreto, al disimulo, a la hipocresía de no poder vernos y hablar con la verdad. No permitirnos abrir los brazos y dejar que en ellos anide el calor de otro cuerpo, otra vida.
Demasiado cobardes para asumir la respnsabilidad de nosotros mismos, nos negamos a dejar entrar a cualquier otro ser que venga a perturbar lo que llamamos nuetsro espacio, un concepto falaz en el que nos regodeamos para disculpar nuestro miedo. Que nuestra pequeñas y absurdas vidas sean tocadas por otro ser.
Me equivoqué.
Cometí un error.
Otro.
Dos, tres, cuatro.
¿Puede que mi vida sólo esté basada en errores?
¿Puede ser que esté basando toda mi existencia en la fragilidad del espacio entre las alas de una mariposa?
¿Soy culpable de todo lo que me acusan?
¿Soy culpable?
Perdón.
Alguien, busco, necesito, olvido, me fastidia, perdón, yo no puedo perdonarme a mí misma, demasiado lejos de la orilla para poder regresar, sólo quiero un lugar donde sentarme, sentir la bria y esperar a que la expiación llegue a mi, porque he estado demasiando tiempo en el borde del vacío y ya no puedo sacudirme este peso, esta muerte.
por favor, perdón.
Me niego a que sea este cuerpo, este instante, estas palabras lo que me defina. Esta intensidad, estas emociones no son todo yo.
Soy algo más que esta sangre hirviendo, estos huesos hechos polvo, estos órganos putrefactos. también soy músculos, luz, ojos, pelo, vida.
¿Todavía estoy viva?
Este corazón que late dentro de mi pecho ¿es mío? ¿sus latidos me pertenecen?
Por eso nosostros estamos solos, porque no sabemos estar con otro. No queremos estar con otro. Nos autosaboteamos, hacemos patéticamente trampa en nuestras propias vidas, culpando siempre a los demás, al enemigo invisible, sean los padres, el trabajo, los estudios, sean las ansias mismas de estar vivos y no atrevernos a estarlo, culpando a todo y todos de nuestras bajezas y dudas, ruines al manchar la memoria del otro, escapando siempre de aquello que nos vuelve vulnerables, de todo aquello que puede tocarnos y hacernos sentir algo más profundo que una percepción superficial de los sentidos.
Sentada, puedo escuchar la hierba, sentir la tierra mojada. Cierro los ojos y juraría que lo que acaricia mis mejillas y juega con mi cabello es una suave brisa en un campo lejos de todo, fuera de mí. aislado, donde no existe el tú, el yo, el monstruo que somos nosotros.
Un fantasma juguetea sobre el agua, deleitado en la huella casi imperceptible que dejan sus pisadas, pequeñas gotas de rocío no percibidas por nadie más que un pequeño animal cubierto de abundante pelo que observa oculto entre la oscuridad, sus ojos brillantes, su pelaje azul gris, capturando la luz de los astros con el arco de su lomo.
Qué miedo la duda, que miedo la incertidumbre de los días por venir, la pereza, el mundo que gira demasiado rápido, sin concretar, sin definir, sin centrarse en un solo llamado, una sola lucha.
No claridad, juegos, mentiras, desastres emocionales.
Antifaces sobre los rostros y emociones castradas, condenadas al secreto, al disimulo, a la hipocresía de no poder vernos y hablar con la verdad. No permitirnos abrir los brazos y dejar que en ellos anide el calor de otro cuerpo, otra vida.
Demasiado cobardes para asumir la respnsabilidad de nosotros mismos, nos negamos a dejar entrar a cualquier otro ser que venga a perturbar lo que llamamos nuetsro espacio, un concepto falaz en el que nos regodeamos para disculpar nuestro miedo. Que nuestra pequeñas y absurdas vidas sean tocadas por otro ser.
Me equivoqué.
Cometí un error.
Otro.
Dos, tres, cuatro.
¿Puede que mi vida sólo esté basada en errores?
¿Puede ser que esté basando toda mi existencia en la fragilidad del espacio entre las alas de una mariposa?
¿Soy culpable de todo lo que me acusan?
¿Soy culpable?
Perdón.
Alguien, busco, necesito, olvido, me fastidia, perdón, yo no puedo perdonarme a mí misma, demasiado lejos de la orilla para poder regresar, sólo quiero un lugar donde sentarme, sentir la bria y esperar a que la expiación llegue a mi, porque he estado demasiando tiempo en el borde del vacío y ya no puedo sacudirme este peso, esta muerte.
por favor, perdón.
Me niego a que sea este cuerpo, este instante, estas palabras lo que me defina. Esta intensidad, estas emociones no son todo yo.
Soy algo más que esta sangre hirviendo, estos huesos hechos polvo, estos órganos putrefactos. también soy músculos, luz, ojos, pelo, vida.
¿Todavía estoy viva?
Este corazón que late dentro de mi pecho ¿es mío? ¿sus latidos me pertenecen?
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